Libros en lugar de disparos

La Unesco alerta sobre la escasa ayuda humanitaria dirigida a la enseñanza en zonas en conflicto, sobre todo en la región congolesa de Kivu Norte, con uno de los peores niveles de alfabetización del mundo

CRISTÓBAL RAMÍREZ 04/03/2011

Responsable de Comunicación de Construye Mundo y reportero de El País

Los niños chupan cañas de azúcar. La vaca parece poner el oído a la conversación. Jasmine tiene 16 años, mira fijamente a los ojos y dice que arrastra un humor de perros desde aquel 24 de septiembre de 2007. El día amaneció claro en Tongo, el pueblo del este de República Democrática de Congo donde vivía. Pero los disparos llenaron de niebla el cielo a las once de la mañana. El grupo rebelde CNDP la emprendió a tiros con la población y Jasmine, sus cinco hermanos y su madre huyeron entre el polvo. No cogieron nada. Dejaron el huerto, las plataneras, las ovejas, los cerdos y las gallinas. Jasmine también dejó atrás su colegio. Tras 12 horas caminando llegaron a Kitchanga, un campo de 43.000 desplazados donde la tierra es negra, la vegetación verdísima y el alimento escaso.

Aquí Jasmine come una vez al día. Fufú (una pasta preparada con raíces), judías y caña de azúcar. Va al colegio cuando puede, ya que tiene que pagar una cuota de 25 dólares por trimestre en un país en el que el salario medio es de un dólar al día. Tiene su uniforme y un cuaderno, pero le falta material. Y esa escasez le ha hecho renquear en los estudios. Dice que está más vaga. Le encanta el francés y lo habla. Lo más probable es que no pueda terminar el colegio. Lo sabe. Al menos en Kitchanga está segura.

En la República Democrática de Congo hay millones de Jasmine. Menores de edad que ven frustrados sus estudios debido a los avatares de la guerra, donde se enfrentan las fuerzas del gobierno (FARDC) y varios grupos rebeldes, de los cuales el mayor es CNDP. ¿Los motivos? Étnicos, regionales y reclamación de tierras. Por cada baja militar, hay tres muertos civiles, 23 mujeres violadas y 20 casas quemadas, según el informe de la Educación Para Todos (EFA, en sus siglas en inglés) de la Unesco sobre educación y conflictos armados. De 1998 a 2007, ha habido 5,4 millones de muertos. Los niños menores de cinco años representan casi la mitad del total, aunque solo suponen una quinta parte de la población.

En todo el mundo, los conflictos privan a 28 millones de menores de la posibilidad de instruirse, el 42% del total mundial. Entre 1999 y 2008, 35 países se vieron afectados por conflictos armados. Los sistemas educativos se hallan en primera línea de guerra, porque los combatientes, asegura el informe, “consideran legítimo lanzar ataques contra las escuelas, los alumnos y los maestros”. El informe advierte de que el mundo no va por buen camino para lograr en 2015 los seis objetivos de la Educación para Todos suscritos por 160 países en Dakar en el año 2000. En el África Subsahariana, el número de pequeños que abandonan la escuela primaria cada año se cifra en unos 10 millones.

Congo es un país olvidado para la ayuda humanitaria y la atención mediática. Las donaciones se destinan prioritariamente a un grupo reducido de Estados, como Afganistán en el último lustro, mientras se deja de lado a muchos de los países más pobres del globo. En la provincia de Kivu Norte, donde se ubica el campo de Kitchanga, hay unos 600.000 desplazados y solo el 34% de los niños tiene acceso a una educación, comparado con el 52% nacional. El informe EFA no se anda con rodeos: “El impacto de las guerras en la educación ha sido descuidado. Esta es una crisis oculta que está reforzando la pobreza, minando el crecimiento económico y retrasando el progreso de las naciones. Esa marginación es la que conduce a muchos conflictos”.

Un círculo vicioso. Vea uno de los titulares del informe: “La educación recibe solo el 2% del total de la ayuda humanitaria”. Por eso, la ONG Save the Children gestiona 12 escuelas de primaria en Kitchanga. A un occidental le podría parecer el lugar más remoto de la Tierra, pero está a tan solo 90 kilómetros de Goma, la capital de Kivu Norte. La luz de las siete de la mañana no llega a todas las colinas. Las casas, por llamarlas de alguna manera, están construidas con adobe y paja. La mayoría miden cuatro o cinco metros cuadrados, donde se hacinan familias de varios miembros, que tienen que pagar tres dólares mensuales al sheriff del campo. Las mujeres cargan maderas en las cabezas. El mercado vende sal, pilas o linternas, pero poca gente compra.

En un despacho atestado de cacharros está Evariste Ndagijimana, el director de una de esas escuelas, la Kaberekasha. Tiene 748 alumnos y 10 clases para niños de entre seis y 12 años, que han de pagar 21 dólares por curso. Congo está desviando hacia el gasto en armamento los fondos que podrían emplearse en educación, así que la financiación escolar recae en los hogares. Y no todos pueden sufragar esos gastos. De ahí que entre cinco y siete millones de niños congoleños no estén escolarizados. Entre los países más pobres del mundo, hay 21 que dedican al presupuesto militar más dinero que a la educación básica. Si todos ellos recortasen el gasto militar en un 10%, podrían escolarizar a 9,5 millones de niños.

A los de Kaberekasha se les ve alborotados en las aulas de madera. “El programa curricular lo envían desde el Ministerio de Educación e incluye Swajili, Geografía, Historia, Educación para la Salud, Religión, Ciencias y Tradiciones Africanas”, aclara Ndagijimana. “Luchamos por la escolarización femenina, ya que los padres prefieren sacar de la escuela a las niñas. De lo contrario, piensan que no serán útiles para la comunidad. Antes del programa de Save the Children, las niñas solo eran un tercio de los alumnos. Hoy hemos llegado prácticamente a la paridad”. Aún así, el reclutamiento de niños soldados hace que las clases se queden vacías. Las agresiones sexuales a niñas, también. Un tercio de las víctimas que denuncian violaciones en Congo son menores y un 13% de ellas tienen menos de 10 años, según el informe de la Educación para Todos. De todas formas, puede que el número de violaciones en la zona sea entre 10 y 20 veces mayor.

Para Kevin Watkins, director del trabajo, aún quedan retos: “Los países del primer mundo tienen responsabilidades primordiales. Tan solo con lo que dedican en seis días al gasto militar se podría cubrir el déficit anual de enseñanza universal en países pobres, que se cifra en 16.000 millones de dólares [unos 11.500 millones de euros]. Me gustaría ver que algunos países lideraran este asunto, como España, que está prestando más ayuda a la educación. Debería de usar su influencia en la Unión Europea y el G-20 para persuadir a otros países a hacer lo mismo. También me gustaría que llevara los temas de violencia sexual en zonas de conflicto al centro de su política de exteriores, como ha hecho Hillary Clinton en Estados Unidos”.

El informe recomienda más medidas. La Unesco pide a los países en conflicto que replanteen la enseñanza de la historia y la religión, elaboren programas que promuevan la tolerancia y presten atención a las consecuencias violentas que pueda tener el idioma utilizado. “Esos países deben admitir que la política de educación forma parte del programa de consolidación de la paz. Los donantes de ayuda tienen que reconocer esto mucho más explícitamente”, recalca. En cuanto al sistema de ayuda internacional, el informe indica una planificación a largo plazo de la educación con la evaluación de necesidades, como la escasez de docentes y material, y la adopción de estrategias orientadas a apoyar a las poblaciones afectadas por guerras y tratar las causas subyacentes a ellas. Los Estados donantes, según la Educación Para Todos, deben cambiar la ayuda a corto plazo, que es limitada e inestable, por una que tenga miras amplias de futuro. También propone convertir la Iniciativa Vía Rápida (IVR), una asociación entre países en desarrollo y países donantes creada para instaurar la enseñanza primaria universal hasta 2015, en un fondo mundial más eficaz a la altura de la magnitud del reto. El informe recomienda que su volumen de financiación se cifre en 6.000 millones de dólares anuales (unos 4.300 millones de euros) durante el período 2011-2013.

Mupenzi llega corriendo a la escuela Kaberekasha. Tiene 12 años, pero aparenta menos. Viste camiseta blanca y pantalón azul, el uniforme escolar. Vive en Kitchanga desde hace dos años, cuando escapó con su madre de su aldea, en la que varios grupos que no sabe identificar quemaron varias casas. Uno de sus amigos ardió vivo dentro de la suya. Su madre se gana la vida vendiendo sal para que él pueda ir a la escuela. Mupenzi aprovecha el tiempo y sueña desde la selva: “El que no estudia no tiene buena vida. Yo quiero ser médico”.

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